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domingo, 12 de diciembre de 2010

López Dóriga, la inmoralidad mediática



Javier Sicilia
Poco antes de la maquillada transición democrática, cuando el gobierno señoreaba abiertamente al país como una dictadura, los medios noticiosos –en particular los de Televisa, encabezados entonces por Jacobo Zabludovsky– estaban perdidos en los principios y en la moral. El apetito del dinero y la indiferencia por la dignidad habían actuado para dar a México medios cuyo único objetivo era aumentar el poder del gobierno, el lucro de las empresas mediáticas y el envilecimiento de todos. 

En esos tiempos, el Excélsior de Julio Scherer y –después del golpe perpetrado por el gobierno de Echeverría– la revista Proceso, que se fundó con el apoyo de una ciudadanía indignada, eran la excepción. Sus batallas, su periodismo de investigación, su devoción por la verdad, su negativa a pactar con los poderes, no sólo mantuvieron viva la voz de la nación, sino que sentaron las bases de lo que ahora es la libertad de prensa en nuestro país. 

En medio de esa libertad, Proceso, dirigida ahora por Rafael Rodríguez Castañeda, ha seguido el mismo camino y continúa siendo una referencia incómoda para el poder y para esos medios que, como los auspiciados por Televisa, no han dejado de ser lo que siempre han sido: la vergüenza de este país. No es otra cosa lo que López Dóriga –ese periodista inescrupuloso, continuador del Zabludovsky del antiguo régimen– mostró cuando –días después de la publicación del reportaje de Ricardo Ravelo Testigo estelar (Proceso 1777), y de la publicación de un capítulo del libro de Anabel Hernández Los señores del narco (Proceso 1778)– divulgó y magnificó en su noticiario que Sergio Villarreal, El Grande –testigo protegido que en el reportaje de Ravelo había manifestado conocer a Calderón a través del senador Guillermo Anaya–, decía haber dado al periodista 50 mil dólares para que guardara silencio con respecto a su persona. 

Se trataba –como lo dijo el propio López Dóriga en un alarde de servilismo avalado por los periodistas que lo acompañaban en el programa Tercer Grado– no de una noticia, sino de un lección: mostrarle a Proceso, primero, que la fuente de Ravelo, El Grande, que dice conocer al presidente, se volvía ahora contra él; segundo, que si en ese caso la fuente mentía, también mentía en relación con sus declaraciones sobre Calderón y Anaya; tercero, que Proceso, el cual recurre a testimonios de testigos protegidos, se ha convertido en un semanario corrupto que tiene relaciones con el narcotráfico y que utiliza cualquier tipo de información para desprestigiar al gobierno; cuarto, que a partir de ese momento todo lo que  ha dicho o diga Proceso es sospechoso de falsedad. Se trataba, bajo una moralina seudoperiodística, de linchar a Proceso, de desprestigiarlo, de reducirlo a un periodismo de calumnia, a un pasquín que dejó de ser lo que fue para mentir.

La evidencia más clara de esta bajeza está en la manera en que el propio López Dóriga manipuló los argumentos que Ravelo utilizó en su reportaje Testigos protegidos: creerles a conveniencia (Proceso 1778). Según Ravelo –palabras que el propio López Dóriga utilizó para darle esa supuesta lección a Proceso– los testigos protegidos “mienten”. Lo que, sin embargo, López Dóriga omitió es, primero, que mienten porque “en manos de las autoridades sufren presiones económicas, malos tratos y frustración”; segundo, que cuando esos mismos testigos “se refieren a funcionarios poderosos del gabinete federal no se les toma en cuenta”; tercero, que “con frecuencia los testigos protegidos se quejan de que en la SIEDO son obligados a declarar en contra de gente que no conocen…”. 

Ni López Dóriga, quien sí ha difamado muchas veces para servir a sus patrones –recordemos sus ataques contra el diario Reforma por denunciar los beneficios obtenidos por Televisa y Nextel en la asignación de frecuencias radioelectrónicas y la reciente divulgación de una supuesta corrupción entre directivos de la industria farmacéutica y del Seguro Social porque así convenía a esa empresa televisiva–, ni quienes lo acompañaban en Tercer Grado tuvieron el profesionalismo de verificar si los señalamientos de El Grande sobre su encuentro con Calderón eran falsos; ni si la acusación de ese testigo protegido contra Ravelo era el producto de una coerción de la SIEDO para golpear a Proceso. 

Reunidos en el foro televisivo, Dóriga, Marín, Maerker, Gómez Leyva y Micha habían dejado de ser periodistas para convertirse en los inquisidores de Proceso, en servidores de esas Iglesias degeneradas llamadas Gobierno y Televisa, y en verdugos impolutos de un periodismo que no ha dejado de denunciar sus corrupciones y desaciertos. Habían dejado de honrar la palabra, a la que un día sirvieron con dignidad, para volver al viejo objetivo de los medios verdaderamente corruptos: aumentar el poder autoritario del gobierno, el lucro de las empresas mediáticas de las que viven y el envilecimiento de todos.

A los que hacemos Proceso nunca nos ha interesado caminar apoyándonos en los pobres privilegios de los que saben arreglárselas con el poder. Nuestra ambición es y ha sido dar testimonio y gritar cada vez que es posible en nombre de aquellos a quienes los poderes aplastan. Eso, para honra de la verdad, jamás podrán acallarlo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz. 

Proceso, Nº 1780, 12 de diciembre de 2010

http://www.proceso.com.mx/rv/hemeroteca/detalleHemeroteca/152876

jueves, 25 de noviembre de 2010

Expulsa el PRD a Tomás Torres; “es una vendetta”, asegura el senador

NTRzacatecas.com

Staff/ntrzacatecas.com

Miércoles 24 de noviembre de 2010

El Partido de la Revolución Democrática decidió expulsar de sus filas al Senador zacatecano Tomás Torres Mercado, bajo el argumento de que apoyó la candidatura de quien en este momento es el gobernador del estado, el priísta Miguel Alonso Reyes.

La Comisión Política del PRD aprobó, durante la sesión que sostuvo este miércoles, un resolutivo de la Comisión de Garantías mediante el cual se suspenden los derechos como militante del partido a Torres Mercado.

Trascendió que la queja contra el legislador de Valparaíso fue impulsada por la corriente de la ahora ex mandataria estatal, Amalia Dolores García Medina, el Foro Nuevo Sol.

La suspensión de derechos fue aprobada por 6 votos a favor y 5 abstenciones, las correspondientes a Armando Quintero, Ricardo Ruiz, Héctor Bautista, Dolores Padierna y Alejando Sánchez Camacho.

De acuerdo con las normas internas del instituto político, el senador Torres tiene derecho de impugnar esta resolución ante las instancias del partido, como la Comisión de Garantías.

“Es una vendetta”: TTM

Ante las versiones relacionadas con su expulsión del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el senador Tomás Torres fue consultado por NTR Medios de Comunicación, vía telefónica, y aseguró que no ha sido notificado de ello en momento alguno.

Dijo, puntalmente, que sigue formando parte del Grupo Parlamentario del PRD en el Senado, y cumple con todas las tareas que le corresponden, en varios asuntos de la agenda legislativa en donde participan tanto él como su fracción en la Cámara Alta del Congreso de la Unión.

De modo que él sigue trabajando, en el ámbito legislativo, con los planteamientos del PRD.

En ningún momento ha estado fuera del partido, pero, en todo caso, existe la intensión, un grupo al interior del PRD, que ha pretendido en reiteradas ocasiones persuadir a la Comisión Política Nacional, de la expulsión, lo que calificó como “una vendetta política”.

Ello debido a que no ha compartido, en el caso de Zacatecas, la imposición de un candidato y la propuesta electoral desde el gobierno del estado, en los comicios de este año, lo que, como se sabe, terminó en un rotundo fracaso.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Olvidan que la vida es sagrada...



Jenaro Villamil

La violencia y la criminalidad hay que combatirlas “hasta por amor a la vida del asaltante o del narcotraficante”, dice Antanas Mockus, el dos veces alcalde de la capital colombiana que logró reducir de 11 a siete el número de muertes violentas diarias y disminuir en 10% anual el número de delitos de mayor impacto. 

El político, que fue candidato a la vicepresidencia (1998) y a la presidencia de su país (2006 y 2010), visitó México a comienzos de octubre pasado para impartir una conferencia sobre transporte urbano sustentable y cultura ciudadana. En entrevista con Proceso plantea que, de acuerdo con estudios que ha realizado en el Distrito Federal y en Monterrey, “la causa más frecuente para justificar la ilegalidad es la familia”.

Explica: “Cerca de la mitad de los ciudadanos de estas ciudades dice estar de acuerdo con la motivación familiar para violar la ley; algunos científicos sociales denominan a esta disposición ‘familismo amoral’.

“La idea más común es preocuparse sólo por los más cercanos para desatender globalmente la noción de comunidad, despreocupándonos por los derechos y la integridad de los desconocidos. También hay una disposición alta a usar la violencia por cuestiones de honor y esto puede ser un insumo sensible para riñas y conflictos entre ciudadanos”, explica el también filósofo y matemático, exrector general de la Universidad Nacional de Colombia.

–Usted plantea que muchos cambios en la percepción ciudadana se logran mediante el discurso, al darle un nuevo enfoque al combate contra el crimen organizado. Ciudad Juárez y Tijuana han sido muy castigadas recientemente por masacres en apariencia irracionales. Frente a esto, el silencio o la incapacidad de las autoridades municipales ha sido una constante. ¿Qué haría usted si fuera alcalde de estas ciudades? –se le pregunta.

–El discurso es central, sobre todo cuando se viven momentos de deterioro de la vida humana. Un buen ejemplo fue cuando en Bogotá, durante la primera alcaldía, dijimos que la muerte de toda persona era grave. No sólo debe dolernos la vida de los “buenos”.

“Una de las evidencias de que tenemos problemas graves es cuando observamos que cunden argumentos como ‘los criminales se matan entre ellos’. En el primer Consejo de Seguridad, cuando pregunté cuántas personas habían muerto en Bogotá el año pasado, una persona se levantó y dijo: ‘3 mil 600, alcalde’. Hice cara de preocupado y alguien dijo: ‘Tranquilo, que más de la mitad de las muertes son de criminales matando a criminales’. Le respondí: ‘Las autoridades estamos para proteger la vida de todo ciudadano’.

“Parte del problema de nuestras sociedades es que debemos desmontar la idea de que ‘a veces’ se vale la violencia, inclusive la violencia homicida. Así, si tenemos problemas de homicidios es que seguramente han cundido validaciones culturales para ello. Es bueno pensar que en Europa también te roban; no obstante, la probabilidad de que te quiten la vida por robarte es muy baja.”

Habla de su experiencia en la disminución de homicidios de Bogotá, una de las ciudades más violentas de Colombia. Asegura que se trabajó mucho para mejorar la administración de la policía y que fue fundamental la conformación de los cuerpos de seguridad: 

“No se incrementó el pie de fuerza, pero se mejoró mucho la calidad de los policías. Además, el tema de cultura ciudadana era el centro de la gestión. Dentro del tema cultural, por ejemplo, se redujo la aceptación social a portar armas por parte de civiles, de un 26% a 9%. Esto muestra que hay temas culturales detrás de los fenómenos de violencia, pero éstos pueden ser intervenidos y transformados.”

Educación ante todo

Durante su reciente campaña por la presidencia de Colombia, Mockus, candidato del Partido Verde, sorprendió al convertir el lema “Un lápiz, en lugar de una metralleta o de una pistola”, en instrumento para combatir la delincuencia. “El futuro del país debe escribirse con lápiz, no con sangre”, reiteró en varios mítines, recalcando el valor de la educación como principal motor de la transformación.

–Tradicionalmente, los medios de comunicación buscan la nota dramática de las muertes y la violencia. ¿Cómo vencer esa dinámica?

–Yo creo que deben hacerse paréntesis comunicativos sobre la ciudad. En Bogotá logramos montar espectáculos vistosos, como un festival de rap en donde hubo gran participación de la gente.

El exalcalde comenta que en esa ocasión un periodista le propuso que rapeara y el grupo musical le enseñó los rudimentos del género. Dice que a partir de eso, a lo largo de una semana estableció un diálogo fructífero con la prensa y la gente.

–¿Cuál era la idea?

–En uno de los raps se afirma que podemos comunicarnos por el bien de la ciudad. La televisión se presta mucho para estas acciones. Una vez me disfracé de grillo y enfaticé la regulación de la conciencia, como Pepe Grillo, el de Pinocho. En otra ocasión salí con una zanahoria enorme amarrada a la espalda. 

“La hora de la zanahoria”, también conocida como “La hora sana”, fue implementada en 1995 por Mockus para restringir el horario de la venta de bebidas alcohólicas en bares y expendios de licor, a fin de disminuir los crímenes violentos en altas horas de la noche.

Entre otras medidas, que al principio fueron consideradas excéntricas por los medios de comunicacón, se prohibieron los juegos pirotécnicos y se puso en vigor “Un día sin hombres” en las calles para que las mujeres pudieran transitar libremente y sin riesgos.

Los resultados vencieron al escepticismo, ya que disminuyeron la criminalidad, las violaciones y los accidentes automovilísticos. La clave, insiste Mockus, consiste en apostarle a una nueva cultura ciudadana.

–¿Cómo le fue con la criminalidad durante sus dos gestiones como alcalde?

–Trabajamos mucho con la policía y hubo entendimiento. Construimos con ella un modelo de gerencia y realizamos seguimientos localidad por localidad. La policía aprendió que no solamente podía pasar una lista de mercado de sus necesidades, sino que también debía determinar sus mecanismos de operación y qué resultados esperaba obtener.

“Lo importante es que el presupuesto para la policía estaba en la misma partida presupuestal destinada a cultura, espectáculos, creación artística y becas. En el primer gobierno hubo discusiones muy bellas: pavimentar una calle podía financiarse bajo el rubro de espacio público o por la línea de productividad. Y la moto de la policía entraba en el renglón de cultura ciudadana.”

Escuelas de seguridad

En un estudio sobre su primer periodo como alcalde, de 1995 a 1997, Mockus advierte que la idea central es que “los policías aprendan a corregir el comportamiento ciudadano de la mejor manera, sin tener que recurrir exclusivamente al uso de la fuerza y que, además de atender violaciones de normas, ayuden también a prevenirlas mediante una labor pedagógica”.

También creó las llamadas Escuelas de Seguridad Ciudadana y Frentes Locales de Seguridad. A comienzos de 2003 existían más de 7 mil frentes en Bogotá. A través de estos organismos se promovió la organización de la comunidad y su interacción directa con la policía. 

“Las Escuelas y Frentes de Seguridad responden a un planteamiento claramente civilista; es decir, no tienen nada qué ver con armas sino que promueven básicamente la organización de la comunidad: que los vecinos se conozcan y que aprendan a utilizar alarmas y otros instrumentos de comunicación para apoyarse mediante reacciones pacíficas y para desatar oportunamente la acción de la policía”, aclara Mockus.

Entre los logros que la propia prensa y los estudiosos de la criminalidad han documentado, ante la experiencia de Mockus como alcalde de Bogotá, están los siguientes: disminución de 11 a siete muertes violentas diarias en promedio durante 2005; la reducción de un 10% anual en el número de delitos de mayor impacto social (lesiones personales, robo a domicilio, a automotores y establecimientos comerciales) y la baja en 30% de los homicidios con armas de fuego.

En este tema, Mockus es insistente: “En una sociedad donde la vida humana ha perdido valor no puede existir otra prioridad diferente que la de restablecer su respeto como principal derecho y deber ciudadano. La utilización de armas y, en general, el uso de la fuerza y la coerción, se convierte en un campo por el cual es necesario que transiten sólo quienes han sido designados y preparados por la sociedad para hacerlo. En pocas palabras, nuestra sociedad debe reconocer que la vida es sagrada y las armas son del Estado.”


Proceso, Nº 1777, 21 de noviembre de 2010

La revolución necesaria

John M. Ackerman


“I think you have to be crazy to be a revolutionary in a country like Mexico today”, exclamó en 2001 el recién estrenado secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de la alternancia, Jorge Castañeda Gutman.  Poco antes, en noviembre de 2000, el mismo Vicente Fox se atrevió a declarar que por su cuenta corría que para el final de su sexenio en lugar de celebrar la Revolución el 20 de noviembre los mexicanos celebraríamos la culminación del Plan Puebla-Panamá. Felipe Calderón también ha sido explícito en su intención de priorizar este año el legado de la Independencia por encima del de la Revolución, y de enaltecer el papel de la Iglesia y las Fuerzas Armadas por encima de la movilización ciudadana en la construcción histórica del país. 
 Todavía hoy, Castañeda, junto con Héctor Aguilar Camín y un grupo de intelectuales muy cercanos al poder, mantienen incólume su férrea intolerancia antirrevolucionaria. “México es preso de su historia”, afirman estos dos autores en su texto Un futuro para México, y precisan: “ideas, sentimientos e intereses heredados le impiden moverse con rapidez al lugar que anhelan sus ciudadanos. La historia acumulada en la cabeza y en los sentimientos de la nación –en sus leyes, en sus instituciones, en sus hábitos y fantasías– obstruye su camino al futuro”.  La Iniciativa México no ha hecho más que retomar esta misma idea cuando Javier Aguirre y otras figuras públicas llaman a “enterrar el México de los complejos y alumbrar el México de hombres y mujeres seguros de sí mismos”. 
José Woldenberg también se suma resuelto a la comunidad de críticos de los “revolucionarios” cuando, en la celebración de los 20 años del Instituto Federal Electoral (IFE), dice que solamente “muy pequeños grupos y expresiones excéntricas” no comparten el “acuerdo profundo” de que “sólo la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas es y puede ser la fuente de legitimidad de los gobiernos”. Hay que reconocer que para el exconsejero presidente del IFE los revolucionarios de hoy no serían una bola de “locos” (Castañeda dixit), sino simplemente unos “excéntricos” o “weirdos”. 
La realidad, sin embargo, desmiente los anhelos supuestamente “modernizadores” de intelectuales, políticos y poderes fácticos. Hoy, el espíritu revolucionario se mantiene más vivo que nunca en el país. El periódico Reforma recientemente dio a conocer que 64% de la población siente “mucho orgullo” por la Revolución Mexicana. Es más, hasta encuestadores como Ulises Beltrán, quien trabajó en Los Pinos con Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, han tenido que reconocer que millones de mexicanos manifiestan que una nueva revolución no es solamente posible, sino necesaria.
Una encuesta de BGC, Beltrán y Asociados, publicada el 20 de septiembre en el periódico Excélsior, llega a una conclusión estremecedora: 14% de los encuestados afirman que no creen que “las condiciones de desigualdad y pobreza puedan resolverse actualmente poco a poco y de forma pacífica”, sino que “sólo se darán con un nuevo enfrentamiento armado entre los mexicanos, como ocurrió en la Independencia y la Revolución”.  Probablemente ese porcentaje podría alcanzar niveles mucho más altos en la población en general, ya que la encuesta se realizó por teléfono y únicamente recogió las opiniones de los ciudadanos con mayores ingresos y escolaridad. 
 Hoy somos aproximadamente 110 millones de mexicanos. El 14% por ciento de la población equivaldría a 15.4 millones de personas, y ello representa más de los 15 millones de votos que Felipe Calderón habría recibido en las controvertidas elecciones presidenciales de 2006. Aún si restáramos a los menores de edad por no formar parte del universo de encuestados, todavía tendríamos una masa crítica de por lo menos unos 10 millones de revolucionarios adultos hoy en México. Independientemente de lo que uno pudiera opinar sobre estos datos, resulta muy irresponsable simplemente ignorar la realidad y descalificar a estos compatriotas como “locos” o “excéntricos”.  
Ahora bien, la existencia de tantos mexicanos que consideran que la vía armada sería la única forma de resolver la desigualdad y la pobreza que  aquejan al país no debe ser vista como un reflejo de una cultura política “atrasada”, sino como la consecuencia directa del claro fracaso de los gobiernos de la alternancia para resolver los problemas más urgentes de la población. Una gran cantidad de mexicanos están hartos del constante abuso de autoridad, del estancamiento económico y de la franca ineficacia gubernamental. Estos mexicanos se hallan convencidos de que la clase política actual está más preocupada por asegurar el siguiente cargo y  cuidar sus propios intereses que por lograr el desarrollo nacional.  
Muchos entonces han llegado a la conclusión de que continuar por esta peligrosa senda eventualmente se nos podría arrojar al abismo de un golpe de Estado, una intervención extranjera o una guerra civil.  En lugar de seguir de frente hacia este callejón sin salida, los nuevos revolucionarios piensan que habría que abonar a la construcción de claras alternativas sociales y políticas para cambiar de rumbo el país.   
 Afortunadamente, la vía armada está totalmente cancelada en los hechos. Por mucho que 10 o 15 millones de personas estuvieran convencidas de la necesidad de tomar las armas, esta estrategia estaría destinada al fracaso ante el poderío militar del gobierno y los narcotraficantes, así como el intervencionismo estadunidense cada día más pronunciado. Sin embargo, un gran levantamiento cívico, una resistencia civil pacífica generalizada y desde las bases, de ninguna manera estaría fuera de lugar.  De hecho, ese puede ser el único camino que nos queda disponible para empezar a reconstruir nuestra dolida y saqueada nación. Otra revolución, esta vez pacífica y civil, es efectivamente necesaria.  l

www.johnackerman.blogspot.com
twitter: @JohnMAckerman 

Proceso, Nº 1777, 21 de noviembre de 2010

PRESENTACIÓN

La Labor es un espacio común donde podremos encontrarnos con el gusto de platicar, estar informados, revivir recuerdos entrañables, investigar la historia local, rescatar las pláticas de más antes, conocer los últimos acontecimientos, compartir las buenas nuevas y, sobre todo, para tender puentes de entendimiento y comprensión entre personas ligadas al terruño del sur de Zacatecas.

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