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viernes, 8 de junio de 2012

Fiesta del Corpus Christi en el Teul



Vivencia del silencio, la comunión y la tranquilidad interior

Hugo Ávila Gómez

Teul de González Ortega, Zac., 7 de junio de 2012.- Juliana de Mont Cornillon, monja del siglo XI, tuvo una pesadilla. Soñó que la luna era blanca, radiante y plenamente redonda. Rebosante de luminosidad. Pero ensombrecida por una mancha negra. Ella entendió que eso significaba que no se adoraba plenamente a Jesucristo en la Eucaristía. Había que recuperar el sentido de Jesús hecho sacramento de amor y redención en el altar. Para que la vida de los cristianos tomara un nuevo vigor y una nueva esperanza.
Estamos acostumbrados a los sucesos irrelevantes. Los canales de televisión aturden con historias frívolas. Los noticieros intoxican con carretadas de acontecimientos; nota roja, la mayoría. No hay lugar para pensar. Por eso los jóvenes del movimiento Yo soy 132 gritan en las calles: ¡Televisa idiotiza!
Por otro lado, el trajín de todos los días cansa y se vive tan apresuradamente que son escasas las oportunidades para saborear las experiencias y más escasas las ocasiones para reflexionar el sentido de lo que ocurre. El ser humano es el único animal que tiene espíritu y conciencia. Si dejamos de alimentar la vida del alma vienen el hastío y el aburrimiento como consecuencia de esta omisión.
Hoy jueves 7 de junio se celebró la Fiesta del Corpus Christi. Una celebración que nació en el siglo XI de la Edad Media, cuando Berengario de Tours dudó que Cristo se hiciera presente en un pedazo de harina. El Papa Gregorio VII declaró en el año 1079 que esta postura era una herejía e invitó a reafirmar la importancia de la adoración de Jesús de Nazareth presente en la Eucaristía. El obispo de Lieja, en Alemania, Roberto de Thorete, fue el primero en promover la fiesta del Corpus Christi en su diócesis, por iniciativa de la monja Juliana de Mont Cornillon. En 1264, el Papa Urbano IV, estableció esta celebración como obligatoria para toda la Iglesia y reservó el jueves siguiente al domingo de la Santa Trinidad para esta fiesta. En 1279 se hizo la primera procesión, en la ciudad de Colonia, y de ahí se extendió la costumbre al mundo entero.
El Teul vivió la ocasión de celebrar la fiesta del Corpus Christi. Se dispusieron tres altares en distintas partes de las calles del pueblo. La misa fue cantada, con la participación del Coro 2000, acompañados por don Genaro Hipólito en el órgano. Celebración solemne. El señor cura Candelario Casillas ha sabido generar ambientes reflexivos, de devoción y de interiorización de experiencias. Habló de la necesidad de la unidad, de la paz, de la concordia y de la tranquilidad interior. Mientras el corazón humano esté roto por el desasosiego y la intranquilidad, en la sociedad seguiremos viendo violencia, inseguridad, desunión y los demás signos propios de un ambiente social en crisis. La comunión es signo de restablecer vínculos con el Cristo de la Vida. Quien comulga recibe a Jesús de Nazareth en su existencia y lo lleva a los distintos momentos y lugares de su andar cotidiano. También el señor cura Candelario afirmó que llevar en procesión el Cuerpo de Cristo es señal de que queremos traer a nuestras calles teulenses la armonía, la paz, la comunión, la concordia.
Hacía un viento fresco. Menudas gotas de lluvia recibieron a las personas que participaron en la procesión. Ese aire refrescante limpiaba la noche y la cara de los peregrinos. A las  nueve y cuarto inició el recorrido. Un vehículo de protección civil abría paso y resguardaba el recorrido. Enseguida un grupo de acólitos con velas encendidas e incesario en mano encabezaba la procesión. El Santísimo, contenido en una custodia dorada y barroca, era cargada en andas en el Manifestador. El recorrido se hizo a través de tres altares dispuestos en lugares distintos. En cada altar se hacía una adoración con suma devoción. La mayor parte de los asistentes hacían esa adoración de rodillas y bien concentrados. Entre altar y altar, el recorrido fue acompañado con cantos dirigidos por don Genaro Hipólito. Se experimentaba la devoción y el fervor religioso de la gente del Teul. Espacio donde lo sagrado tuvo su cabida. Fe expresada con sencillez y entusiasmo.
Al final, Édgar Figueroa hizo una interpretación de todo lo vivido: “Qué bien estuvo. Estamos necesitados de estos momentos de reflexión y de oración. Fue una celebración para promover la unidad”.
En el cielo inmenso, elevada en el centro de la noche, lucía radiante una luna llena, blanca, plena de luz y de tamaño. Sin la mancha negra que soñó Juliana de Mont Cornillon.

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