Vivencia del
silencio, la comunión y la tranquilidad interior
Hugo Ávila Gómez
Teul de
González Ortega, Zac., 7 de junio de 2012.- Juliana
de Mont Cornillon, monja del siglo XI, tuvo una pesadilla. Soñó que la luna era
blanca, radiante y plenamente redonda. Rebosante de luminosidad. Pero
ensombrecida por una mancha negra. Ella entendió que eso significaba que no se
adoraba plenamente a Jesucristo en la Eucaristía. Había que recuperar el
sentido de Jesús hecho sacramento de amor y redención en el altar. Para que la
vida de los cristianos tomara un nuevo vigor y una nueva esperanza.
Estamos
acostumbrados a los sucesos irrelevantes. Los canales de televisión aturden con
historias frívolas. Los noticieros intoxican con carretadas de acontecimientos;
nota roja, la mayoría. No hay lugar para pensar. Por eso los jóvenes del
movimiento Yo soy 132 gritan en las
calles: ¡Televisa idiotiza!
Por otro
lado, el trajín de todos los días cansa y se vive tan apresuradamente que son
escasas las oportunidades para saborear las experiencias y más escasas las
ocasiones para reflexionar el sentido de lo que ocurre. El ser humano es el
único animal que tiene espíritu y conciencia. Si dejamos de alimentar la vida
del alma vienen el hastío y el aburrimiento como consecuencia de esta omisión.
Hoy jueves 7
de junio se celebró la Fiesta del Corpus Christi. Una celebración que nació en
el siglo XI de la Edad Media, cuando Berengario de Tours dudó que Cristo se
hiciera presente en un pedazo de harina. El Papa Gregorio VII declaró en el año
1079 que esta postura era una herejía e invitó a reafirmar la importancia de la
adoración de Jesús de Nazareth presente en la Eucaristía. El obispo de Lieja,
en Alemania, Roberto
de Thorete, fue el primero en promover la fiesta del Corpus
Christi en su diócesis, por iniciativa de la monja Juliana de Mont Cornillon. En 1264,
el Papa Urbano IV, estableció esta celebración como obligatoria para toda la
Iglesia y reservó el jueves siguiente al domingo de la Santa Trinidad para esta
fiesta. En 1279 se hizo la primera procesión, en la ciudad de Colonia, y de ahí
se extendió la costumbre al mundo entero.
El Teul
vivió la ocasión de celebrar la fiesta del Corpus Christi. Se dispusieron tres
altares en distintas partes de las calles del pueblo. La misa fue cantada, con
la participación del Coro 2000, acompañados por don Genaro Hipólito en el
órgano. Celebración solemne. El señor cura Candelario Casillas ha sabido
generar ambientes reflexivos, de devoción y de interiorización de experiencias.
Habló de la necesidad de la unidad, de la paz, de la concordia y de la
tranquilidad interior. Mientras el corazón humano esté roto por el desasosiego
y la intranquilidad, en la sociedad seguiremos viendo violencia, inseguridad,
desunión y los demás signos propios de un ambiente social en crisis. La
comunión es signo de restablecer vínculos con el Cristo de la Vida. Quien
comulga recibe a Jesús de Nazareth en su existencia y lo lleva a los distintos
momentos y lugares de su andar cotidiano. También el señor cura Candelario
afirmó que llevar en procesión el Cuerpo de Cristo es señal de que queremos traer
a nuestras calles teulenses la armonía, la paz, la comunión, la concordia.
Hacía un
viento fresco. Menudas gotas de lluvia recibieron a las personas que
participaron en la procesión. Ese aire refrescante limpiaba la noche y la cara
de los peregrinos. A las nueve y cuarto
inició el recorrido. Un vehículo de protección civil abría paso y resguardaba
el recorrido. Enseguida un grupo de acólitos con velas encendidas e incesario
en mano encabezaba la procesión. El Santísimo, contenido en una custodia dorada
y barroca, era cargada en andas en el Manifestador.
El recorrido se hizo a través de tres altares dispuestos en lugares distintos.
En cada altar se hacía una adoración con suma devoción. La mayor parte de los
asistentes hacían esa adoración de rodillas y bien concentrados. Entre altar y
altar, el recorrido fue acompañado con cantos dirigidos por don Genaro
Hipólito. Se experimentaba la devoción y el fervor religioso de la gente del
Teul. Espacio donde lo sagrado tuvo su cabida. Fe expresada con sencillez y
entusiasmo.
Al final,
Édgar Figueroa hizo una interpretación de todo lo vivido: “Qué bien estuvo.
Estamos necesitados de estos momentos de reflexión y de oración. Fue una
celebración para promover la unidad”.
En el cielo
inmenso, elevada en el centro de la noche, lucía radiante una luna llena, blanca,
plena de luz y de tamaño. Sin la mancha negra que soñó Juliana de Mont Cornillon.
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